En esta entrada quiero plasmar la idea fundamental que me ha surgido tras unas semanas leyendo sobre la figura del entrenador, sobre todo, en niveles de formación. Durante estas lecturas me han surgido un par de preguntas:
¿CÓMO ES EL ENTRENADOR IDEAL?
Es un tema muy amplio, sobre el que podríamos debatir largo y tendido. Sin embargo, tras reflexionar sobre el tema y desechar otras otras variables determinantes en la materia, considero que la característica principal que debe tener un buen entrenador es ser un buen COMUNICADOR.
Esto quiere decir que, no solo debe saber mucho de nuestro deporte sino que además, debe saber explicarlo con el objetivo de evitar malinterpretaciones por parte de sus jugadores. El mensaje debe ser claro y conciso. En muchas ocasiones, los entrenadores pecamos de abusar de tecnicismos que los jugadores no entienden y, por tanto, no sabrán que es lo que esperamos de ellos, con el consiguiente impacto en el rendimiento y el juego del equipo.
En nuestras explicaciones, debemos utilizar frases cortas para captar la atención de los jugadores y que les permita entender con facilidad los conceptos introducidos. Es cierto que debemos formar jugadores que conozcan el vocabulario baloncestístico, pero siempre adaptado a la edad y al nivel de conocimiento de nuestro interlocutor (¡¡cuantas veces se oye a entrenadores de formación hablándoles con términos que solo se oyen en la tv cuando lo importante es que estos niños aprendan y disfruten!!) y utilizar palabras adecuadas al grupo con el que trabajamos.
Aparte de la comunicación verbal, también es importante el lenguaje corporal (gestos, postura, movimientos e, incluso, el contacto corporal) del entrenador a la hora de comunicarse con sus jugadores. Nosotros, como entrenadores, debemos controlar la comunicación no verbal con el fin de no confundir a nuestros jugadores con señales que contradicen lo que decimos con palabras. Lo ideal es que ambas se complementen. Si lo conseguimos, el éxito de nuestra comunicación y/o explicación está asegurado.
Por último, es importante simplificar las instrucciones y las órdenes. Si atosigamos a nuestros interlocutores con una gran cantidad de instrucciones en nuestras explicaciones, el resultado puede ser nefasto, impidiendo la asimilación de los conceptos que estamos intentando trabajar.
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